Me despertaron Los hirientes gritos de Sven, el Principal, golpeando y maldiciendo. La lengua me sabía a arena, la luz me cegaba y mi cabeza parecía latir con la fuerza de un volcán.
Me tiré al río para que el frío agua activara mi cuerpo y mi mente, pero sólo conseguí cambiar el latido de mi cabeza por un dolor candente como si me hubieran atravesado la cabeza con la misma lanza del Gigante de hielo.
Cuando regresé al poblado, la gente se lamentaba y maldecían. Busqué a mi padre y le pregunté. Al parecer una incursión de Vanhires habían aprovechado la festividad del Dios de media noche para robar el tesoro del principal y de algunos de los notables. Una incursión sin honor, sin heroísmo, más propia de un Zamorio (con perdón) que de un hombre del norte (incluidos esos malditos cabezas de zanahoria).
Sven, hizo sonar el cuerno de llamada en la plaza de la asamblea. Se subió en la roca del orador y prometió una soldada en oro para todo aquel que fuera con su hijo Olav en persecución de los diablos de pelo rojo.
El olor del oro abrió los resacosos ojos de foraneos y patrios, pero la maquinaria de de guerra estaba abotargada por los estragos de los dos días anteriores de bacanal. Nobles, espadas libres, artesanos, campesinos y mercenarios dedicaron el día entero a descansar y tomar una fuerte sopa de ave, carne y patata que cocinaron a destajo las mujeres para reponerles cuanto antes. Esa noche el sol se ocultó tan sólo 2 minutos y había recorrido un cuarto de firmamento cuando más de doscientos hombres armados empezaron a seguir el ritmo de los batidores de Olav que se movían a gran velocidad siguiendo los rastros de los incursores.
Menos de la mitad del grupo consiguió seguir el ritmo cuando los batidores abrieron campamento. Durante las siguientes horas siguieron llegando aquellos que eran demasiado viejos, o demasiado jóvenes, o demasiado gordos, o demasiado tullidos...
En el campamento, cansado y todavía resacoso se respiraba algarabía y la moral era muy alta. Los hombres empezaron a bravuconear y eso complacía a Olav. Mandó a sus escoltas que repartieran una pinta de cerveza de cebada negra de los barriles de provisiones a toda la tropa. Como resultado los hombres se rieron, se retaron y se formaron apuestas al rededor de los improvisados juegos en las que mi padre ganó un escudo y 5 desgraciados la muerte.
A las pocas horas los batidores empezaron a avanzar de nuevo, la segunda jornada fue más dura, habíamos descansado poco y los rezagados empezaron a darse la vuelta. Al frente las montañas de la espina, que nos separan de Vanaheim a la izquierda el bosque estival. Al final de la jornada estabamos exhaustos. Esta vez no había tanta energía para apuestas y juegos. Olav nos mandó dar un trozo de queso y pan de centeno a cada uno. Estábamos cerca de un río y los mosquitos eran insoportables. Me encontré con el Zamorano y la Aquilonia mientras me acercaba a la linde del bosque buscando el frescor de los árboles y alejarme de los mosquitos.
A la mañana siguiente muchos decidieron no levantar el campamento unos cuantos más de cien habían recogido el petate cuando los batidores empezaron a andar. Según regresaba al campamento ví como mi padre hablaba con un viejo guerrero que había decidido devolverse. Llevaba una recia armadura de cuero curtido. Mi padre le decía que se la diese, que él no la iba a usar. El viejo intentó negociar con él, conseguir algo a cambio para no quedar como un cobarde. Pero mi padre se encabezonó seguro de su superioridad física. El discurso del viejo se tornó de conciliador a resentido hasta que terminó por retar a mi padre. Olav divertido, los observaba desde su montura y mandó detener a la tropa para poder ver el espectáculo.
Mi padre se lanzó al combate con un aullido horripilante. El viejo no se movió. Mi padre levantó su espada y la descargó con todas sus fuerzas. El viejo tan sólo dio un paso en diagonal hacia mi padre esquivando el filo pero no el potente golpe hombro con hombro que hizo sonar los huesos de su hombro izquierdo como si se hubieran roto en mil pedazos. Ambos se giraron con el impacto. Mi padre le miró sorprendido y extrañado. Pero el viejo sabía bien lo que hacía. Aprovechando el desequilibrio y la fuerza del giro trazó un mandoble ascencente sesgado que impactó a la altura de la oreja. El casco de mi padre no sirvió de nada. Un tajo diagonal le había rebanado la mitad del craneo.
Grité de rabia y corrí. El viejo se tambaleaba, era evidente que su hombro estaba roto. Sólo quería matarle, me ofreció la armadura para honrar la muerte de mi padre. Pero yo quería su vida... matar a un anciano moribundo no comporta honor, pero si venganza. Él me miraba sorprendido y extrañado, no podía creer que le estuviese retando después de haber matado limpiamente a mi padre. Entonces alguien gritó. "Yo seré su campeón, si alguien más muere que sea con honor". Era un joven guerrero, cuatro o cinco años mayor que yo y por lo menos una cabeza más alto. Lancé mi primer ataque con gran rapidez pero poco acierto, el me devolvió un mandoble poco afortunado que esquivé agachándome. Puse la mano en tierra y le miré, su armadura tenía un descosido debajo del pecho imposible de acertar desde arriba pero meridianamente claro desde el suelo. Salté. Noté su tibia sangre correr por mis manos... Su armadura. botín de guerra.
Olav mandó avanzar a la tropa. Oí a un guerrero maldecir "Una lastima Hans era una buena espada con la que ya no contaremos contra los Vanhires."
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