Hacía tres días que habíamos dejado Brutheim, la capital de los norteños. Había llegado en una caravana de fruta seca un producto muy apreciado por los nórdicos, desde mi tierra: Aquilonia.
Los nórdicos son gente rara pero amable y juerguista. Llegamos justo para el solsticio de verano, o lo que llaman el día del sol eterno y vimos cómo se las gastan para las fiestas religiosas, sus dioses desde luego son muy generosos. Jamás había visto tal cantidad de bebida y drogas consumidas en tan poco tiempo. Al parecer sus enemigos del otro lado de las montañas, los Vanaheim, robaron el tesoro del Caudillo Æsird, y éste contrató a todos los soldados que pudo para salir en persecución de estos.
Había hecho migas con un joven bárbaro y un espabilado Zamorio que se había unido también a la comitiva. Los bárbaros además de juerguistas son gente dura. El bárbaro, llamado Wülfvaifsson, había presenciado la muerte de su padre y matado a otro hombre sin apenas despeinarse, pero con gran desaprobación de sus compañeros y su líder.
El caso es que llevábamos tres días siguiendo a los bárbaros del otro lado de la montaña, cuando el Zamorio o como le llama Wülf "el zamorano" descubrió un rastro de un pequeño grupo de hombres que se habían separado del grupo principal de fugitivos en dirección al bosque. Olav, el jefe de la expedición no le dio mucha importancia y me da la impresión que en ese momento vio una buena ocasión de evitar más malos rollos entre la tropa librándose de Wülf y por suerte o por desgracia nos pilló al zamorio y a mi de por medio.
Seguimos los tres, los rastros a través de un espeso bosque. Se notaba que iban tremendamente cargados, porque su marcha era lenta y pesada, y cada paso que dábamos acortábamos distancias con ellos. Cuando el sol bajó un poco descansamos, subidos a los árboles para evitar peligros. Al cabo de un rato nos despertó un extraño ruido, al parecer era una extraña clase de armadillo al que los bárbaros llaman jöbal. Groo, el zamorio aprovechó para probar su puntería intentando convertirlo en nuestra cena, sin embargo nos interrumpió un fuerte gruñido en lo profundo del valle. Al parecer esta zona de las montañas también está habitada por^ una especie de jabalíes gigantes tremendamente territoriales... y además, cómo no, estaban en época de celo. Esto nos hizo extremar las precauciones.
Tras unas horas más de marcha no divisamos a los pelirrojos. Parecían tremendamente cansados, tanto es así que no tuvieron tiempo de reaccionar cuando les emboscamos. El zamorio emboscó al que parecía al líder, que se quedó a unos metros descansando antes de entrar en combate. Wülf cargó contra uno de ellos y yo le seguí. Intercambiamos golpes. El bárbaro recibió un feo tajo en el brazo y acudí en su ayuda, tras un par de golpes sesgados, rompí la protección de su pierna y le rasgué la entrepierna desembocándose un río de sangre que salió disparado en todas direcciones. Sin embargo no vi que el segundo se me venía encima y casi me derribó de un mandoblazo. Sin embargo Wülf reaccionó bien y en lo que el enemigo estaba entretenido conmigo intentando rematar su trabajo, levantó su espada por encima de su cabeza y la descargó con tanta fuerza que cortó el cuerpo del otro bárbaro en dos hasta la altura del corazón.
Inmediatamente nos giramos hacia el tercero, pero sólo alcanzamos a ver como se desplomaba en los brazos del zamorio, que lo tenía cogido por la espalda, con un enorme tajo que le unía las dos orejas por debajo de la barbilla, propinado con su espada zurda. Observé como el cuerpo del desdichado se convulsionaba según lo dejaba caer Groo y suspiré de alivio mientras los gruñidos del jabalí volvían a llenar el valle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario