Sentí con alivio cómo se derramaba la tibia sangre por sus manos y su pecho. El vanhir calló al suelo como un pelele. Cerré un momento los ojos para tranquilizarme y respirar mientras oía retumbar mi corazón como un toro a la carrera... NO, eso no era mi corazón, ¡¡¡realmente era el sonido de un toro a la carrera!!! Cuando miré por encima del hombro mis pies ya habían recorrido la mitad de la cuesta y pude ver las dimensiones de la bestia negra y roja. Era tal alta como un toro y sus cuernos casi del mismo tamaño, pero su aspecto era el de un descomunal y peludo cerdo salvaje. Sentí su fétido aliento en la nuca y salte con una acrobacia a una rama baja. El berraco, que iba en una obstinada carrera, no tuvo tiempo de ver el árbol que tenía delante, un abeto descomunal de espeso follaje. El golpe resonó como si hubiera derribado el árbol. Inmediatamente Wulf e Irina empezaron a trepar también, él al mismo árbol que yo e Irina a uno contiguo. El jabalí retrocedió y volvió a golpear el tronco con fuerza. Todo el árbol se estremeció y ambos tuvimos que agarrarnos fuertemente. Aguantamos una tercera y una cuarta embestida. No sabía cuantas más aguantarían o aguantaría el árbol. Así que decidí pasar al ataque.
Cogí mi honda y empezé a lanzarle piedras con todas mis ganas... pero eso no hizo si no enfurecerlo más. En la siguiente embestida Wulf perdió el agarre y cayó. El enorme puerco se lanzó contra él, el bárbaro se levantó como un resorte, corrió a su encuentro y en último momento dio un brusco giro recortando su embestida. Irina ya había desenvainado su espada y cargaba contra la grupa del berraco. Wulf aprovechó el giro del animal para clavarle su espada por el flanco, pero la enorme bestia apenas se dolió del profundo tajo. Sin saber cómo enfrentarse a esta situación, me dejé llevar por el instinto y me tiré encima del descomunal chancho tal y como lo hacían los acróbatas zamorios con los toros en el circo. Aproveché la cida para hincarle mi "mano zurda" en el lomo. Pero el grueso pelaje y la densa capa de grasa de su espalda hicieron que la estocada fuera prácticamente vana. Wulf, delante de la cabeza del animal era quién llevaba la peor parte, intentaba mantener a raya al animal, asestándole estocadas en la boca, Irina aprovechó la parte blanda de las criadillas para hacerle un tajo por el que cayó colgando toda su virilidad con un chorro de sangre; entonces lo tuve claro. Agarrándome con una mano al pelaje y echándome completamente hacia su culo clavé profundamente mi espadín en su ano, saliendo proyectada una fuente de sangre, heces y vísceras sobre Irina. El animal lanzó un tremendo quejido abriendo completamente su boca justo en el momento en el que una estocada directa de Wulf entraba en esta atravesándole el paladar y el cerebro.
El bárbaro y la aquilonia habían vendado sus heridas y se habían refugiado en el dulce sueño de el vino de grosellas para recuperarse de sus heridas. Pero mi mente inquieta no podía dejar de pensar en todo lo que había pasado. No era un hombre de campo, ni de batallas, me había criado en las calles de Shadizar donde no existe más ley que la del cuchillo, pero no es lo mismo dar puñaladas y huir que vérselas con enormes bárbaros pelirrojos y jabalíes del tamaño de un toro. Cuando el bárbaro se levantó se puso a desollar al monstruo para poder aprovechar su carne y su piel. Mientras yo me dispuse a dar una vuelta para inspeccionar el terreno.
Nos encontrábamos en la subida a una colina de espesa vegetación y roca desnuda. A tiro de honda de la cima encontré una cabaña suspendida sobre los troncos de dos árboles a la que se accedía desde la pendiente por una pasarela de madera. Delante de ella, una exuberante joven morena de piel olivacea y lúbrica belleza que lavaba ropa en un balde. Me quedé obnubilado siguiendo el rítmico balanceo de sus generosos pechos, apenas tapados por un chaleco largo. Desperté de mi libidinoso trance cuando noté que estaba a punto de delatarme. Corriendo me acerqué a mis compañeros y subimos cargando nuestro pesado tesoro y algunas piezas de carne del jabalí.
Wulfvaift se adelantó y dio el "Ah, de la casa". Nos recibió un esquelético viejo de mirada inquieta, sin un ápice de pelo sobre su cabeza que se apoyaba en una vara de tilo, que se identificó como Rakird. Le pedimos refugio, pero no quiso darlo sin sacar nada a cambio. No se sentía intimidado por nuestros cuerpos bañados en sangre ni por el altivo hablar del norteño. Seguro en su refugio estaba claro que con un solo gesto dejaría caer la rampa de acceso si le intentábamos atacar. Llegamos a un acuerdo, el cuerpo entero del jabalí a cambio de refugio, sin embargo nuestros ojos estaban llenos de la figura de la muchacha y tras un rato de serena discusión conseguimos convencerle de que la muchacha, que se llamaba Shala y al parecer era muda de nacimiento, nos echara una mano en lo que Irina ordenaba nuestros enseres.
Ella iba abriendo la marcha y al caminar tras ella nos dimos cuenta de que la pieza con la que cubría sus piernas no era más que un pernil de protección que dejaba al aire su sexo. La lujuria de Wulf se desbocó y antes de llegar a la mitad del camino, la empotró contra un árbol y la empezó a dar empellones con su sexo. La muchacha en vez de demostrarse violentada y resistirse, se ofreció gozosa, por lo que decidí unirme a la orgía...
Saciados nuestros apetitos seguimos camino a cumplir con nuestra tarea, sin embargo Shala decidió que había cumplido con su parte y divertida se dedicó a molestarnos mientras subíamos la pesada carga.
Mientras la chica preparaba la cena, oímos un extraño ruido debajo de la casa, nos pusimos en guardia como gatos que huelen el peligro. Sin embargo el viejo nos mostró una escalera que llevaba dos niveles abajo a una mina de sal en la que se encontraba una mula que era lo que habíamos escuchado. Insistió en que le ayudásemos a sacar unos lingotes y de mala gana accedimos.
Una vez arriba, frente a la chimenea nos sirvieron un buen plato de estofado, bañado con leche dulce de almendras. Sin embargo había algo que no casaba en todo ese sitio y en cómo sobrevivían estos dos peculiares elementos en tan inhóspito paraje, así que decidí fingir que comía, mientras todos los alimentos de mi plato terminaban en el interior de mi jubón.
A mitad de la comida el bárbaro, que se había quedado prendado de la sureña le comunicó al viejo que había decidido llevarse a la muchacha. Todos nos giramos sorprendidos y Rakird montó en cólera cuando empezó a ponerse agresivo nuestro impetuoso compañero sacó su espada. La cólera se volvió indignación, y cuando Wulf intentó mantenerle a raya con la espada, sin saber cómo, Shala apareció a su espalda con una vasija en las manos dispuesta a estampársela en la nuca. Las sillas cayeron y los guerreros les arrinconaron contra la pared para evitar un derramamiento de sangre. Sin embargo los ojos del viejo estaban inyectados en sangre y no paraba de maldecir a su díscolo invitado. Harto de tanto grito, mi imponente amigo quiso bajarle los humos haciéndole un inocuo corte en la oreja. Sin embargo, en el momento en el que el acero tocó su piel, la mano de la chica salió disparada para protegerle con una velocidad y fuerza sobrehumana, su piel se volvió roja y de repente creció hasta que casi llegaba su cabeza al techo y le salieron dos enormes alas de murciélago. Mientras yo caía aterrorizado, un instinto primimigenio y racial hizo que el bárbaro no dudara y retomara su ataque contra la bella-ahora-bestia, el golpe le rasgó el costado pero no sangró, se abrió como el cuero viejo sin que nada saliese de su interior; por su parte ella utilizó su enorme mano para cogerle de la cabeza y lanzarlo como un pelele contra el suelo. Aseguró pie en tierra y cargó contra ella atravesándola por la mitad y deshaciéndose con una violacea implosión. Sin embargo los bárbaros son conocidos por su resistencia, no por sus reflejos y no se percató de que a su espalda un similar engendro con cabeza equina se le abalanzaba asestándole un brutal golpe.
Irina empezó a forcejear con el viejo haciéndole un feo tajo en el pecho, pero de él tampoco salió sangre, si no un oscuro y denso líquido negro. Sorprendida por esto no reparó en que de entre los pliegos de sus vestiduras el Rakird sacó un cuchillo que le clavó profundamente en el vientre. Irina se dolió pero aguantó las lágrimas para asestarle una estocada en el el pecho que le atravesó en corazón. En ese momento el segundo monstruo desapareció de la misma manera que había desaparecido el inánime cuerpo de la Shala demoniaca.
Recuperé la compostura y empecé a oír un ensordecedor zumbido en el piso de arriba. Corrí y encontré una enorme piedra que desprendía un baño de color violeta. En su interior veía decenas de pequeños monstruos similares a los que habíamos visto revoloteando como insectos en un fanal. Intenté arrancarlo, pero parecía estar anclado al mismísimo universo. Tras un rato mis compañeros subieron, intentaron romper la piedra con sus espadas, pero sólo consiguieron que se rompiera la espada de Wulf, éste cegado por la ira cogió la daga que le habían quitado al viejo y la clavó en el cristal, que fue atravesado somo si fuera agua... al otro lado los demonios se agitaron y descubrimos que no eran pequeños, si no que estaban lejos como a través de una ventana. Uno de ellos cargó contra el cristal. Una gota de sangriento sudor calló de la frente del bárbaro mientras clavaba una y otra vez la daga para intentar dañar al demonio al otro lado de la gema. El zumbido era cada vez mayor. Corrí a sacar nuestro tesoro de la casa y me encontré que las heridas del viejo se estaban sanando, poseído por el espíritu de la desesperación empecé a darle mandoblazos hasta dejarlo completamente desmembrado.
El zumbido era cada vez mayor, el árbol entero empezó a temblar como si se fuera a caer. Estaba sacando la última de las sacas cuando mis compañeros saltaron de la casa mientras esta se plegaba sobre si misma en una implosión idéntica a las que habíamos visto... sin embargo en el hueco que dejó no quedó el vació, si no que aparecieron decenas de demonios... En ese momento creo que todos perdimos el conocimiento.
Me desperté al sentirme arrastrado, abrí los ojos y horrorizado vi como el armadillo gigante al que había apedreado me arrastraba hacia su madriguera. Despavorido pataleé hasta desasirme de sus garras y huí hacia mis compañeros que estaban bajo una recua de pequeños armadillos que jugueteaban sobre ellos. Apenas nos teníamos en pié así que los cachorros se divirtieron a sus anchas mientras nosotros dábamos tumbos hasta que la llamada de su madre les hizo volver a su madriguera. Suspiré y recordé lo pasado... habría sido ridículo terminar de cena de una familia de armadillos carnívoros tras haberme enfrentado a demonios... estallé en carcajadas mientras mis compañeros me miraban desconcertados...
lunes, 29 de abril de 2013
sábado, 27 de abril de 2013
Irina
Hacía tres días que habíamos dejado Brutheim, la capital de los norteños. Había llegado en una caravana de fruta seca un producto muy apreciado por los nórdicos, desde mi tierra: Aquilonia.
Los nórdicos son gente rara pero amable y juerguista. Llegamos justo para el solsticio de verano, o lo que llaman el día del sol eterno y vimos cómo se las gastan para las fiestas religiosas, sus dioses desde luego son muy generosos. Jamás había visto tal cantidad de bebida y drogas consumidas en tan poco tiempo. Al parecer sus enemigos del otro lado de las montañas, los Vanaheim, robaron el tesoro del Caudillo Æsird, y éste contrató a todos los soldados que pudo para salir en persecución de estos.
Había hecho migas con un joven bárbaro y un espabilado Zamorio que se había unido también a la comitiva. Los bárbaros además de juerguistas son gente dura. El bárbaro, llamado Wülfvaifsson, había presenciado la muerte de su padre y matado a otro hombre sin apenas despeinarse, pero con gran desaprobación de sus compañeros y su líder.
El caso es que llevábamos tres días siguiendo a los bárbaros del otro lado de la montaña, cuando el Zamorio o como le llama Wülf "el zamorano" descubrió un rastro de un pequeño grupo de hombres que se habían separado del grupo principal de fugitivos en dirección al bosque. Olav, el jefe de la expedición no le dio mucha importancia y me da la impresión que en ese momento vio una buena ocasión de evitar más malos rollos entre la tropa librándose de Wülf y por suerte o por desgracia nos pilló al zamorio y a mi de por medio.
Seguimos los tres, los rastros a través de un espeso bosque. Se notaba que iban tremendamente cargados, porque su marcha era lenta y pesada, y cada paso que dábamos acortábamos distancias con ellos. Cuando el sol bajó un poco descansamos, subidos a los árboles para evitar peligros. Al cabo de un rato nos despertó un extraño ruido, al parecer era una extraña clase de armadillo al que los bárbaros llaman jöbal. Groo, el zamorio aprovechó para probar su puntería intentando convertirlo en nuestra cena, sin embargo nos interrumpió un fuerte gruñido en lo profundo del valle. Al parecer esta zona de las montañas también está habitada por^ una especie de jabalíes gigantes tremendamente territoriales... y además, cómo no, estaban en época de celo. Esto nos hizo extremar las precauciones.
Tras unas horas más de marcha no divisamos a los pelirrojos. Parecían tremendamente cansados, tanto es así que no tuvieron tiempo de reaccionar cuando les emboscamos. El zamorio emboscó al que parecía al líder, que se quedó a unos metros descansando antes de entrar en combate. Wülf cargó contra uno de ellos y yo le seguí. Intercambiamos golpes. El bárbaro recibió un feo tajo en el brazo y acudí en su ayuda, tras un par de golpes sesgados, rompí la protección de su pierna y le rasgué la entrepierna desembocándose un río de sangre que salió disparado en todas direcciones. Sin embargo no vi que el segundo se me venía encima y casi me derribó de un mandoblazo. Sin embargo Wülf reaccionó bien y en lo que el enemigo estaba entretenido conmigo intentando rematar su trabajo, levantó su espada por encima de su cabeza y la descargó con tanta fuerza que cortó el cuerpo del otro bárbaro en dos hasta la altura del corazón.
Inmediatamente nos giramos hacia el tercero, pero sólo alcanzamos a ver como se desplomaba en los brazos del zamorio, que lo tenía cogido por la espalda, con un enorme tajo que le unía las dos orejas por debajo de la barbilla, propinado con su espada zurda. Observé como el cuerpo del desdichado se convulsionaba según lo dejaba caer Groo y suspiré de alivio mientras los gruñidos del jabalí volvían a llenar el valle.
Los nórdicos son gente rara pero amable y juerguista. Llegamos justo para el solsticio de verano, o lo que llaman el día del sol eterno y vimos cómo se las gastan para las fiestas religiosas, sus dioses desde luego son muy generosos. Jamás había visto tal cantidad de bebida y drogas consumidas en tan poco tiempo. Al parecer sus enemigos del otro lado de las montañas, los Vanaheim, robaron el tesoro del Caudillo Æsird, y éste contrató a todos los soldados que pudo para salir en persecución de estos.
Había hecho migas con un joven bárbaro y un espabilado Zamorio que se había unido también a la comitiva. Los bárbaros además de juerguistas son gente dura. El bárbaro, llamado Wülfvaifsson, había presenciado la muerte de su padre y matado a otro hombre sin apenas despeinarse, pero con gran desaprobación de sus compañeros y su líder.
El caso es que llevábamos tres días siguiendo a los bárbaros del otro lado de la montaña, cuando el Zamorio o como le llama Wülf "el zamorano" descubrió un rastro de un pequeño grupo de hombres que se habían separado del grupo principal de fugitivos en dirección al bosque. Olav, el jefe de la expedición no le dio mucha importancia y me da la impresión que en ese momento vio una buena ocasión de evitar más malos rollos entre la tropa librándose de Wülf y por suerte o por desgracia nos pilló al zamorio y a mi de por medio.
Seguimos los tres, los rastros a través de un espeso bosque. Se notaba que iban tremendamente cargados, porque su marcha era lenta y pesada, y cada paso que dábamos acortábamos distancias con ellos. Cuando el sol bajó un poco descansamos, subidos a los árboles para evitar peligros. Al cabo de un rato nos despertó un extraño ruido, al parecer era una extraña clase de armadillo al que los bárbaros llaman jöbal. Groo, el zamorio aprovechó para probar su puntería intentando convertirlo en nuestra cena, sin embargo nos interrumpió un fuerte gruñido en lo profundo del valle. Al parecer esta zona de las montañas también está habitada por^ una especie de jabalíes gigantes tremendamente territoriales... y además, cómo no, estaban en época de celo. Esto nos hizo extremar las precauciones.
Tras unas horas más de marcha no divisamos a los pelirrojos. Parecían tremendamente cansados, tanto es así que no tuvieron tiempo de reaccionar cuando les emboscamos. El zamorio emboscó al que parecía al líder, que se quedó a unos metros descansando antes de entrar en combate. Wülf cargó contra uno de ellos y yo le seguí. Intercambiamos golpes. El bárbaro recibió un feo tajo en el brazo y acudí en su ayuda, tras un par de golpes sesgados, rompí la protección de su pierna y le rasgué la entrepierna desembocándose un río de sangre que salió disparado en todas direcciones. Sin embargo no vi que el segundo se me venía encima y casi me derribó de un mandoblazo. Sin embargo Wülf reaccionó bien y en lo que el enemigo estaba entretenido conmigo intentando rematar su trabajo, levantó su espada por encima de su cabeza y la descargó con tanta fuerza que cortó el cuerpo del otro bárbaro en dos hasta la altura del corazón.
Inmediatamente nos giramos hacia el tercero, pero sólo alcanzamos a ver como se desplomaba en los brazos del zamorio, que lo tenía cogido por la espalda, con un enorme tajo que le unía las dos orejas por debajo de la barbilla, propinado con su espada zurda. Observé como el cuerpo del desdichado se convulsionaba según lo dejaba caer Groo y suspiré de alivio mientras los gruñidos del jabalí volvían a llenar el valle.
jueves, 25 de abril de 2013
Wülfvaifsson
Me despertaron Los hirientes gritos de Sven, el Principal, golpeando y maldiciendo. La lengua me sabía a arena, la luz me cegaba y mi cabeza parecía latir con la fuerza de un volcán.
Me tiré al río para que el frío agua activara mi cuerpo y mi mente, pero sólo conseguí cambiar el latido de mi cabeza por un dolor candente como si me hubieran atravesado la cabeza con la misma lanza del Gigante de hielo.
Cuando regresé al poblado, la gente se lamentaba y maldecían. Busqué a mi padre y le pregunté. Al parecer una incursión de Vanhires habían aprovechado la festividad del Dios de media noche para robar el tesoro del principal y de algunos de los notables. Una incursión sin honor, sin heroísmo, más propia de un Zamorio (con perdón) que de un hombre del norte (incluidos esos malditos cabezas de zanahoria).
Sven, hizo sonar el cuerno de llamada en la plaza de la asamblea. Se subió en la roca del orador y prometió una soldada en oro para todo aquel que fuera con su hijo Olav en persecución de los diablos de pelo rojo.
El olor del oro abrió los resacosos ojos de foraneos y patrios, pero la maquinaria de de guerra estaba abotargada por los estragos de los dos días anteriores de bacanal. Nobles, espadas libres, artesanos, campesinos y mercenarios dedicaron el día entero a descansar y tomar una fuerte sopa de ave, carne y patata que cocinaron a destajo las mujeres para reponerles cuanto antes. Esa noche el sol se ocultó tan sólo 2 minutos y había recorrido un cuarto de firmamento cuando más de doscientos hombres armados empezaron a seguir el ritmo de los batidores de Olav que se movían a gran velocidad siguiendo los rastros de los incursores.
Menos de la mitad del grupo consiguió seguir el ritmo cuando los batidores abrieron campamento. Durante las siguientes horas siguieron llegando aquellos que eran demasiado viejos, o demasiado jóvenes, o demasiado gordos, o demasiado tullidos...
En el campamento, cansado y todavía resacoso se respiraba algarabía y la moral era muy alta. Los hombres empezaron a bravuconear y eso complacía a Olav. Mandó a sus escoltas que repartieran una pinta de cerveza de cebada negra de los barriles de provisiones a toda la tropa. Como resultado los hombres se rieron, se retaron y se formaron apuestas al rededor de los improvisados juegos en las que mi padre ganó un escudo y 5 desgraciados la muerte.
A las pocas horas los batidores empezaron a avanzar de nuevo, la segunda jornada fue más dura, habíamos descansado poco y los rezagados empezaron a darse la vuelta. Al frente las montañas de la espina, que nos separan de Vanaheim a la izquierda el bosque estival. Al final de la jornada estabamos exhaustos. Esta vez no había tanta energía para apuestas y juegos. Olav nos mandó dar un trozo de queso y pan de centeno a cada uno. Estábamos cerca de un río y los mosquitos eran insoportables. Me encontré con el Zamorano y la Aquilonia mientras me acercaba a la linde del bosque buscando el frescor de los árboles y alejarme de los mosquitos.
A la mañana siguiente muchos decidieron no levantar el campamento unos cuantos más de cien habían recogido el petate cuando los batidores empezaron a andar. Según regresaba al campamento ví como mi padre hablaba con un viejo guerrero que había decidido devolverse. Llevaba una recia armadura de cuero curtido. Mi padre le decía que se la diese, que él no la iba a usar. El viejo intentó negociar con él, conseguir algo a cambio para no quedar como un cobarde. Pero mi padre se encabezonó seguro de su superioridad física. El discurso del viejo se tornó de conciliador a resentido hasta que terminó por retar a mi padre. Olav divertido, los observaba desde su montura y mandó detener a la tropa para poder ver el espectáculo.
Mi padre se lanzó al combate con un aullido horripilante. El viejo no se movió. Mi padre levantó su espada y la descargó con todas sus fuerzas. El viejo tan sólo dio un paso en diagonal hacia mi padre esquivando el filo pero no el potente golpe hombro con hombro que hizo sonar los huesos de su hombro izquierdo como si se hubieran roto en mil pedazos. Ambos se giraron con el impacto. Mi padre le miró sorprendido y extrañado. Pero el viejo sabía bien lo que hacía. Aprovechando el desequilibrio y la fuerza del giro trazó un mandoble ascencente sesgado que impactó a la altura de la oreja. El casco de mi padre no sirvió de nada. Un tajo diagonal le había rebanado la mitad del craneo.
Grité de rabia y corrí. El viejo se tambaleaba, era evidente que su hombro estaba roto. Sólo quería matarle, me ofreció la armadura para honrar la muerte de mi padre. Pero yo quería su vida... matar a un anciano moribundo no comporta honor, pero si venganza. Él me miraba sorprendido y extrañado, no podía creer que le estuviese retando después de haber matado limpiamente a mi padre. Entonces alguien gritó. "Yo seré su campeón, si alguien más muere que sea con honor". Era un joven guerrero, cuatro o cinco años mayor que yo y por lo menos una cabeza más alto. Lancé mi primer ataque con gran rapidez pero poco acierto, el me devolvió un mandoble poco afortunado que esquivé agachándome. Puse la mano en tierra y le miré, su armadura tenía un descosido debajo del pecho imposible de acertar desde arriba pero meridianamente claro desde el suelo. Salté. Noté su tibia sangre correr por mis manos... Su armadura. botín de guerra.
Olav mandó avanzar a la tropa. Oí a un guerrero maldecir "Una lastima Hans era una buena espada con la que ya no contaremos contra los Vanhires."
Me tiré al río para que el frío agua activara mi cuerpo y mi mente, pero sólo conseguí cambiar el latido de mi cabeza por un dolor candente como si me hubieran atravesado la cabeza con la misma lanza del Gigante de hielo.
Cuando regresé al poblado, la gente se lamentaba y maldecían. Busqué a mi padre y le pregunté. Al parecer una incursión de Vanhires habían aprovechado la festividad del Dios de media noche para robar el tesoro del principal y de algunos de los notables. Una incursión sin honor, sin heroísmo, más propia de un Zamorio (con perdón) que de un hombre del norte (incluidos esos malditos cabezas de zanahoria).
Sven, hizo sonar el cuerno de llamada en la plaza de la asamblea. Se subió en la roca del orador y prometió una soldada en oro para todo aquel que fuera con su hijo Olav en persecución de los diablos de pelo rojo.
El olor del oro abrió los resacosos ojos de foraneos y patrios, pero la maquinaria de de guerra estaba abotargada por los estragos de los dos días anteriores de bacanal. Nobles, espadas libres, artesanos, campesinos y mercenarios dedicaron el día entero a descansar y tomar una fuerte sopa de ave, carne y patata que cocinaron a destajo las mujeres para reponerles cuanto antes. Esa noche el sol se ocultó tan sólo 2 minutos y había recorrido un cuarto de firmamento cuando más de doscientos hombres armados empezaron a seguir el ritmo de los batidores de Olav que se movían a gran velocidad siguiendo los rastros de los incursores.
Menos de la mitad del grupo consiguió seguir el ritmo cuando los batidores abrieron campamento. Durante las siguientes horas siguieron llegando aquellos que eran demasiado viejos, o demasiado jóvenes, o demasiado gordos, o demasiado tullidos...
En el campamento, cansado y todavía resacoso se respiraba algarabía y la moral era muy alta. Los hombres empezaron a bravuconear y eso complacía a Olav. Mandó a sus escoltas que repartieran una pinta de cerveza de cebada negra de los barriles de provisiones a toda la tropa. Como resultado los hombres se rieron, se retaron y se formaron apuestas al rededor de los improvisados juegos en las que mi padre ganó un escudo y 5 desgraciados la muerte.
A las pocas horas los batidores empezaron a avanzar de nuevo, la segunda jornada fue más dura, habíamos descansado poco y los rezagados empezaron a darse la vuelta. Al frente las montañas de la espina, que nos separan de Vanaheim a la izquierda el bosque estival. Al final de la jornada estabamos exhaustos. Esta vez no había tanta energía para apuestas y juegos. Olav nos mandó dar un trozo de queso y pan de centeno a cada uno. Estábamos cerca de un río y los mosquitos eran insoportables. Me encontré con el Zamorano y la Aquilonia mientras me acercaba a la linde del bosque buscando el frescor de los árboles y alejarme de los mosquitos.
A la mañana siguiente muchos decidieron no levantar el campamento unos cuantos más de cien habían recogido el petate cuando los batidores empezaron a andar. Según regresaba al campamento ví como mi padre hablaba con un viejo guerrero que había decidido devolverse. Llevaba una recia armadura de cuero curtido. Mi padre le decía que se la diese, que él no la iba a usar. El viejo intentó negociar con él, conseguir algo a cambio para no quedar como un cobarde. Pero mi padre se encabezonó seguro de su superioridad física. El discurso del viejo se tornó de conciliador a resentido hasta que terminó por retar a mi padre. Olav divertido, los observaba desde su montura y mandó detener a la tropa para poder ver el espectáculo.
Mi padre se lanzó al combate con un aullido horripilante. El viejo no se movió. Mi padre levantó su espada y la descargó con todas sus fuerzas. El viejo tan sólo dio un paso en diagonal hacia mi padre esquivando el filo pero no el potente golpe hombro con hombro que hizo sonar los huesos de su hombro izquierdo como si se hubieran roto en mil pedazos. Ambos se giraron con el impacto. Mi padre le miró sorprendido y extrañado. Pero el viejo sabía bien lo que hacía. Aprovechando el desequilibrio y la fuerza del giro trazó un mandoble ascencente sesgado que impactó a la altura de la oreja. El casco de mi padre no sirvió de nada. Un tajo diagonal le había rebanado la mitad del craneo.
Grité de rabia y corrí. El viejo se tambaleaba, era evidente que su hombro estaba roto. Sólo quería matarle, me ofreció la armadura para honrar la muerte de mi padre. Pero yo quería su vida... matar a un anciano moribundo no comporta honor, pero si venganza. Él me miraba sorprendido y extrañado, no podía creer que le estuviese retando después de haber matado limpiamente a mi padre. Entonces alguien gritó. "Yo seré su campeón, si alguien más muere que sea con honor". Era un joven guerrero, cuatro o cinco años mayor que yo y por lo menos una cabeza más alto. Lancé mi primer ataque con gran rapidez pero poco acierto, el me devolvió un mandoble poco afortunado que esquivé agachándome. Puse la mano en tierra y le miré, su armadura tenía un descosido debajo del pecho imposible de acertar desde arriba pero meridianamente claro desde el suelo. Salté. Noté su tibia sangre correr por mis manos... Su armadura. botín de guerra.
Olav mandó avanzar a la tropa. Oí a un guerrero maldecir "Una lastima Hans era una buena espada con la que ya no contaremos contra los Vanhires."
miércoles, 24 de abril de 2013
Toda historia tiene un principio.
Es verano en Æsgard. Uno de los países más septentrionales del mundo conocido. Los últimos rastros de nieve se han fundido como sueños ligeros, en la montaña y en el llano.
Los pocos visitantes que tiene esta inhóspita tierra vienen en esta época en la que la temperatura es aceptable para la mayor parte de los habitantes de las tierras interiores. Aún así los ancianos del lugar no dejan de proclamar a los cuatro vientos, mientras se limpian los sudores, que es el verano más caliente que recuerdan.
Todo el campo está lleno de miles de flores de vivos colores que atraen a insoportables nubes de mosquitos de los que hacen su festín miriadas de pájaros y otros bichos. Los locales se rodean de humo o se untan en lodo para poder sobrevivir cada vez que se acercan a algún lugar húmedo
Los habitantes del sur sienten consternados como los días se hacen interminables y la noche a penas dura un par de horas y cada día que pasa dura menos. Es por esto que la tierra del frío recibe en estos días miles de visitantes a celebrar una de las mayores y más sagradas bacanales jamás contadas, El Dios de Medianoche o como es más conocido en los países cercanos El día eterno. El día del solsticio de verano en el que, en estas tierras, el sol no se pone y da dos vueltas a la tierra.
Los pocos visitantes que tiene esta inhóspita tierra vienen en esta época en la que la temperatura es aceptable para la mayor parte de los habitantes de las tierras interiores. Aún así los ancianos del lugar no dejan de proclamar a los cuatro vientos, mientras se limpian los sudores, que es el verano más caliente que recuerdan.
Todo el campo está lleno de miles de flores de vivos colores que atraen a insoportables nubes de mosquitos de los que hacen su festín miriadas de pájaros y otros bichos. Los locales se rodean de humo o se untan en lodo para poder sobrevivir cada vez que se acercan a algún lugar húmedo
Los habitantes del sur sienten consternados como los días se hacen interminables y la noche a penas dura un par de horas y cada día que pasa dura menos. Es por esto que la tierra del frío recibe en estos días miles de visitantes a celebrar una de las mayores y más sagradas bacanales jamás contadas, El Dios de Medianoche o como es más conocido en los países cercanos El día eterno. El día del solsticio de verano en el que, en estas tierras, el sol no se pone y da dos vueltas a la tierra.
Viendo cómo "no se pone" el sol un Æsir comparte un barrilete frío de la amarga cerveza de trigo salvaje que llevan fermentando los lugareños desde hace dos semanas con un burgués zamorano y una guerrera aquilonia que han venido con las caravanas de comerciantes. El bárbaro, cuenta a los curiosos extranjeros, las leyendas vinculadas a la celebración de este día, en lo que el resto del mundo se vuelve loco en una orgía de alcohol, setas alucinógenas y ritos de renovación.
Sorprendidos ven como los hombres que toman las setas entran en un doloroso trance mientras los sacerdotes recogen su orina y se la ofrecen a los que buscan la iluminación del Dios de Medianoche. Aquellos que la beben empiezan a alucinar, a reír de forma descontrolada y a hacer gestos de estar volando.
Cuando se quieren dar cuenta están tan borrachos como todos los demás, bailan y ríen hasta caer extenuados entre los cuerpos de los rubios habitantes Æsgard.
Como en un mal sueño ven un grupo de bárbaros pelirrojos que cruzan el pueblo con pesados fardos... quizás alguien echó algo de droga en su bebida...
viernes, 19 de abril de 2013
Cambio de tercio...
Pues aprovechando que ya existe este blog, y que la partida... No.... El sistema de juego de ars magica no dio para más; voy a utilizarlo para narrar la nueva campaña de Conan d20 a la que han tenido a bien someterse los jugadores de "el prostibulo del rol".
Y con un poco de suerte a lo mejor uno de ellos se decide a narraros la historia de estos tres incipientes heroes de la era hiboria...
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